Os sonará de mucho esta palabra. Corazón de fuego, corazón helado,
corazón roto, corazón enamorado, corazón puro, corazón ilusionado…
Para que a un corazón se le de importancia siempre tiene que
ir ligado a una historia; con final o sin final, es lo de menos.
Corazón también es una palabra muy grande; al usarla,
podemos referirnos a dos ámbitos contrarios: físico y sentimental. Todos
sabemos que es el órgano más importante de nuestro cuerpo, del que depende
cuánto correrá el reloj en nuestras vidas.
Pero también es muy importante en cuanto a nuestras
relaciones, ya sean amorosas o no. Hablamos de fuego cuando hay pasión, porque
nos da una extraña sensación de ebullición. Hablamos de corazón helado cuando,
aun cumpliendo su función vital, no siente; quién sabe si por ser corazón roto.
Un corazón se rompe igual que hoy en días las decisiones; habitualmente suele
ser por eso. Una palabra basta. Un corazón enamorado es aquel que sonríe con
cada palpitación, es feliz y se siente el más afortunado por tener algo tan
simple como el amor. La pureza se suele asociar al origen, tal vez también a la
inocencia, sin maldad. Y la ilusión son las ganas. Ganas de experimentar. De irte
de viaje, ir de compras, tomar un café… porque hay esperanza y necesitas
sentir.
Cualquiera, cuando haya leído el título, habrá pensado. “Venga,
parrafada romántica” Pues no. Podría, pero no me apetece vivir de recuerdos. Puede
que mi cuerpo eche de menos los besos, esas cosquillas en la tripa… pero mi corazón
sigue latiendo, y sigue sintiendo. Alguien me dijo hace no mucho que soy de
esas pocas personas que sienten emociones muy intensas y, a la vez,
contradictorias. Puede que esté sonriendo, sin maquillaje, y en cuestión de
segundos mi cuerpo expulse bilis.
Tranquilos, que empiezo ya. ¿Sabéis cuándo se me encoge el corazón?
Cuando me acuerdo de algo que no volverá, cuando veo realidades difíciles de
tragar. Cuando veo injusticia. Cuando hubo miedo a decir un NO a tiempo y las
cosas terminan mal.
Pero también os confesaré cuándo mi corazón sonríe; cuándo
está sonriendo últimamente. Sonríe cuando oigo temblar las cuerdas de una
guitarra o teclas apenas rozadas de un piano. Sonríe cuando un olor o un sabor
me llevan a recuerdos inolvidables. Sonríe cuando alguien, de la manera más
tonta, posa su brazo sobre mis hombros. Sonríe cuando me ceden el asiento
delantero del coche.
Y me parece que mi corazón está ilusionado, porque también
sonríe cuando comparte café, aunque sea descafeinado, con amarillos. Ya sean
Gnomi, Estrella, RL, El guitarrista, Ele, Armadura oxidada… son pausas diarias,
momentos de corazón puro. Pero no es cuestión de cafés; ¿qué pasaría con Océano,
Princesa o Hipster, por ejemplo? Quien dice café dice minutos, partes del día
dedicadas a otra persona. Poco importa que retome mi rutina deportiva y las
endorfinas tomen el control durante ese rato; lo importante es que “No estoy
sola”, y no siempre sonreír significará huir